La Nacion – Buenos Aires Argentina – Octubre 2007 Por Elba Pérez
Poeta olvidado, humorista, hombre exquisito, Conrado Nalé Roxlo advertía al lector que aquello que el plomo graba es solo una muda sombra de la personalidad, diversa e infinita, de aquel que lo escribió, ya que el alma «poética y desnuda, no sale nunca en traje de papel». Al hablar del poema, Nalé aludía por extensión a la siempre esquiva naturaleza de la creación artística.
La grabadora cordobesa Odell Pasi, sin pretender refutar al autor de El claro desvelo, hizo del papel el exclusivo soporte y lenguaje de su obra. Odell -«a secas», susurra tiernamente- pasó del usual y utilitario soporte del papel a darle protagonismo esencial, al punto de identificarse con él, elaborándolo artesanalmente, fusionando materia y espíritu en unidad inescindible. Fue un largo proceso de consustanciación recíproca. Odell tal vez prefiera remitirse a la búsqueda alquímica o al pensamiento de Lao Tsé, que impregna sus impenitentes y claras vigilias.
En su caso, va más allá de la laboriosa tarea de amalgamar fibras, reducirlas a un amasijo fermentado, controlando la humedad, advirtiendo paso a paso la lenta transformación de la pulpa en hoja de papel. Opera desde la naturaleza, la transforma y resignifica procurando no interferir, haciéndose vehículo de lo que debe ser expresado. Respeta las huellas del proceso que compara con la corteza del árbol o las nervaduras por donde circula la savia poética que la obra destila.
El tiempo cronológico no cuenta, es infinitud y devenir, según la lección del Tao. Pero el tiempo asoma en el desigual grosor del papel, en sus bordes irregulares, a menudo desflecados. Y también alude al tiempo y espacio en las pantallas sucesivas, con las que compone sus objetos y cajas. La lámina traslúcida o rugosa es intervenida por grafismos certeros y sutiles.
Odell inició esta búsqueda que no cesa desde sus primeros contactos con el arte y es fiel a ella tras su primera muestra personal, realizada en 1976.
Otros elementos concurrieron a este proceso, a esta obra que Raúl Santana define como irreductible a las definiciones usuales. Poeta antes que crítico y curador, Santana habla desde la experiencia personal de lo inefable. Y acierta -como es frecuente en él- al afirmar que la obra de Odell es una aventura en la materia que busca señales de ese mundo donde materia y espíritu son «una y la misma cosa».
En lo dicho resuena la epifanía que Paul Klee registró en su Diario, en ocasión del viaje a Marruecos: «Llegó la hora feliz, el color y yo somos la misma cosa». Odell podría suscribir, desde el papel, el encuentro con la materia de sus sueños, tal vez el mismo sueño.
A esta aventura no fue ajena su tarea con pacientes psiquiátricos en hospitales de Buenos Aires. Tal vez en los mismos donde Aída Carballo conoció otra dimensión rebasada por su obra.
¿Es Odell afín a la cantera presurrealista de Adolf Wölfli, acompaña el camino de Jean Dubuffet, abreva en el magnífico brasileño que tramó, con fibras de sus harapos de interno, el manto que vestiría al momento de presentarse ante la Virgen María?
Odell conoce estos y otros senderos. Pero su derrotero peculiar va por caminos propios. Es ostensiblemente ajena a la sistemática búsqueda de lo extraño y anómalo, que extravía hasta hoy a los adherentes surrealistas, más o menos afiliados a las aventuras Dadá o de André Breton, finalmente marcadas por una ortodoxia tan asfixiante como las que pretendían desbaratar.
Diríase que ella ofrece su disponibilidad a la manera en que San Juan de la Cruz describe su poesía mística como «saber no sabiendo, toda ciencia trascendiendo».
Odell es minuciosa, sin apremios. Ama la factura artesanal, la excelencia de cada obra que produce, la naturaleza de sus papeles, la ejecución de pinturas, dibujos, gofrados, de sus ojetos y de los libros parcos en palabras, sin mengua de la sugestión. Libros pequeños como breviarios, que disparan la reflexión sin marcar sentidos.
De igual modo, se desentiende de la usual exigencia de la periódica presentación pública. Puede transcurrir una década sin que haga una muestra, aunque no eluda hacerlas en Uruguay, Paraguay, Brasil, Puerto Rico, Bélgica, Israel y Alemania con la misma parsimonia con que exhibe en salones y museos nacionales y provinciales de nuestro país.
Su obra se hizo camino en forma serena, acompañada por espíritus afines, como Ticio Escobar, Santana, Hugo Padeletti, Rafael Squirru. Fue invitada a participar con 20 obras para representar al país en la exposición internacional conmemorativa del cincuentenario del final de la Segunda Guerra Mundial en Dachau.
Odell Pasi nació en Arroyo Cabral, provincia de Córdoba. Sus obras integran el patrimonio del Museo del Papel (San Pablo, Brasil), Museo de Arte Contemporáneo y Museo Eduardo Sívori (Buenos Aires) y colecciones privadas de Argentina, Brasil, Paraguay y Estados Unidos. La muestra actual, sin enmendar la plana a Nalé Roxlo, revela que el alma puede aparecer vestida de papel.
Por Elba Pérez Para La Nación