hugo-padeletti3Conocí a Raúl Santana en 1995 en las salas de exposición de la OEA, con motivo de mi muestra retrospectiva ‘Aproximación al Vacío y otras imperfecciones’. No mucho después, en las cercanías del Museo de Arte Moderno, me encontré con Anita Aldaburu, que era entonces secretaría del Museo, quien me dijo: ‘Véngase hasta el Museo a saludarlo a Santana. Le va a dar un gran gusto.’ Santana era entonces su abierto y generoso director. Y así fue: un gran gusto para ambos.

Tuve luego la experiencia, que agradezco, de leer sus bellísimos poemas, poemas que, por otra parte, suele decir muy bien, y, después de algún tiempo y de haberle mostrado, no sin cierta timidez, mis últimas experiencias plásticas en alambres y otros materiales tridimensionales, la suerte y el privilegio de que Santana decidiera escribir acerca de ellas. Aquel texto zahorí figura en ‘Huellas del Ojo’.

De ese modo descubrí su excepcional capacidad intuitiva para penetrar, a través de la contemplación de las formas, en el tuétano mismo de la obra y, a través de éste, en sus orígenes estéticos, psicológicos, sociales, metafísicos. Si este excepcional insigth, como la llamaría el gran poeta inglés Gerald Manley Hopkins, que no puede adquirirse porque es un don, aunque sí cultivarse, va acompañada por la felicidad expresiva de un poeta, complementada a su vez por un lúcido y preciso dominio del concepto que, como debe ser, rehuye en lo posible toda etiquetación convencional, podemos esperar un alto logro de la crítica de arte. Me atrevo a afirmar, pruebas al canto que, cuando Santana no se siente llevado como todo crítico profesional a abordar desde el ángulo más favorable una obra que acaso no le convence absolutamente, sino que por el contrario se siente visual, emotiva y mentalmente identificado con ella, el resultado suele ser una crítica simplemente imprevisible y a menudo genial.

He elegido, entre muchos posibles, algunos ejemplos que prueban o enriquecen lo que acabo de decir. El primero, que no está incluido en el libro que hoy presentamos porque fue escrito posteriormente a su compilación, es una crítica de la obra plástica de Odell Pasi para una presentación en el último ArteBA, en el stand de Teresa Anchorena. Lo elegí porque conozco buena parte de la obra de Odell y lo suficiente de su personalidad, anécdotas al margen, para apreciar la veracidad del texto. Para la crítica que pretende no ser convencional sino vanguardista, pero que, sin embargo, está sujeta a las convenciones de los sucesivos y al parecer interminables vanguardismos o pseudo-vanguardismos, la obra de Odell no puede sino resultar enigmática. No encaja. Pero dada su evidente grandeza, resulta incómodo que no encaje. Para ubicarla con certeza y poesía hizo falta el insigth crítico de Raúl Santana. ‘¿Dónde clasificar la obra de Odell?’, dice Santana, y continúa: ‘Este enigmático imaginario se yergue solitario gestando su propio ardor. Es una aventura en la materia que busca las señales de ese mundo donde materia y espíritu son una y la misma cosa. Pero en ella la materia no es medio para un fin que le es ajeno sino que en cada episodio, canta su propia gloria.’ Se trata, dice Santana, de una suerte de camino iniciático en cuyo transcurso descubre máscaras que, lejos de poder enunciarse en un lenguaje articulado, son, como la tierra misma, inmanentes. Pone así en funcionamiento un goce y una intelección intuitivos que ya no pertenecen al orden de la comunicación sino al de la comunión. Cualquiera que haya seguido durante los últimos 15 o 20 años la obra de Odell, sabe, aunque nunca haya sido capaz de expresarlo conceptualmente, que lo que dice Santana es cierto. Odell aborda el caos de la experiencia humana no reglada (y casi toda la experiencia humana moderna y posmoderna lo es) y lo convierte por arte de magia en un cosmos sensible matérico-espiritual.

 

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